Ayer Albert vino con un regalo azul bajo el brazo: un bestiario.
Haciéndome ver que entendía, se acercó al agua y con un movimiento suntuoso, se convirtió en caracol. Y así, guiñando uno de sus alargados ojos, me transformó a mí en mejillón.
El olor del mar me transportó a otro lejano lugar, respirado en las branquias.
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