viernes, 25 de enero de 2008

Dedicado a Ronquiditos


Estaba junto a un acantilado donde soplaba constantemente el viento del océano. De niña, pensaba que el mar estaba siempre acatarrado, porque jadeaba constantemente, salvo cuando se quedaba como sin respiración, antes de soltar uno de sus grandes estornudos - lo que equivale a decir que de pronto soplaban ráfagas tremendas acompañadas de agua de mar pulverizada-. Decidí que nuestra casita se habría ofendido de que el océano le estornudara en la cara cada dos por tres y empezó a torcerse para quitarse del medio. Probablemente hubiera terminado derrumbándose de no ser porque mi padre la apuntaló con un madero que rescató de un barco de pesca naufragado. De este modo, la casa parecía un viejo borracho apoyado en una muleta.

Extracto de Memorias de una geisha, de Arthur Golden

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