Azul, azul, azul. Azul por dentro. Más allá de la mullida y casi húmeda hierba, sientes la rotunda, firme, eterna fuerza de la Tierra elevándote por encima casi de tí misma. Al borde de tus rodillas, el acantilado recibe una y otra vez la embestida de sal, de chispas, de ruido, que transmite a tu piel y a tus ojos. Y te dejas llevar. Y el mundo es ritmo, aire, gotas, oxígeno infinito, gozo, rabia liberada, fuerza, olor, latido, cielo. El más largo instante.
Azul, no más.
Esta es Pilar
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